El cuento de caperucita y el voto feroz

Los cuentos surgen de la cultura popular como una forma atractiva de comunicar e infundir principios a los más nóveles del grupo. Tienen probablemente tantos años como historia el ser humano, y en ellos se tratan cosas relativas a la vida cotidiana, pequeñas enseñanzas de vida que bien merece la pena escuchar de los más sabios.

Un buen ejemplo es el cuento de caperucita y el lobo feroz, ese que narra la historia de un malvado lobo que trata de devorar a una entrañable niña que visita a su abuela. Otro representante es el de los 3 cerditos, una anécdota que de forma muy cómica concluye con una enseñanza vital: disfrutar la vida está muy bien, pero trabajar duro e invertir en ladrillo está mucho mejor. 

No hay que ser un lince para ver quién es el auténtico protagonista del cuento, está claro que al lobo no le ha ido bien en cuanto a buena fama se refiere. Por eso y no por otra cosa, el pasado 20 de marzo España fue testigo de uno de los cuentos más dantescos de la gestión ambiental en democracia. Una mayoría populista-cuentista sacaba al Lobo ibérico -nuestro lobo- del Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE). 

El lobo es el depredador apical de los montes de España, la “joya de la corona” en las redes tróficas ibéricas. Este papel equivale un poco al de “guardián” del bosque. No por ser el más voraz (que no lo es), sino por ejercer el papel de regulador principal de todos los seres que habitan la espesura, desde los árboles que lo forman, hasta los parásitos (mosquitos y garrapatas), pasando por corzos, jabalíes y otros depredadores intermedios como el zorro, el tejón o el meloncillo.

Además, es curioso que el lobo sea particularmente parecido a nosotros en su ecología. Forma grandes grupos con jerarquías sociales, tienen comportamientos de solidaridad, empatía e incluso de tristeza. También nosotros en su día éramos depredadores apicales, ellos en los bosques de Europa y nosotros en las llanuras africanas. 

Félix Rodríguez de la Fuente, que era muy dado a ponerle mote a los animales, los denominaba “amigo lobo”, por aquello de entender como amigo a entes con quien compartes algo; gustos, aficiones o nicho ecológico. Es entonces sorprendente como, en la España de Félix y en la de ahora, hay quienes tratan de demonizar a nuestros homólogos en los bosques, porque tratar de enmendar la vida del lobo, es enmendar la nuestra propia.

El sector primario ha sido el más perjudicado del capitalismo salvaje de finales del S.XX y principios del XXI. Hemos sido testigos de cómo la ganadería extensiva ha sido sustituida por grandes macro granjas, con animales hacinados y alimentados a base de pienso compuesto. La agricultura, que antiguamente era el oficio más noble y necesario de Europa, ahora ni es valorado ni retribuido justamente a sus trabajadores. Antiguamente de la calidad del campo dependía el desarrollo de la sociedad, y ahora es al revés, cuanto más progresa el mundo, más contaminadas están las aguas, deforestados los bosques, o extintas las especies.

Que los lobos ataquen al ganado es normal, ¡Claro! Son carnívoros igual que nosotros, tienen que comer y alimentar a sus cachorros y familias. Y es normal que los ganaderos no quieran perder dinero por los ataques, ¡Claro! también tienen que sacar adelante a sus familias. Por eso, la gestión del lobo pasa necesariamente por proteger las explotaciones de los ataques y no por extinguirlos directamente. Porque corregir las desigualdades es la función del estado, pero claro, eso implica trabajar, y en la Junta de Castilla y León -cortijo del Partido Popular- lo llevan regular, por eso es más fácil permitir la caza (que no va a solucionar nada) y renunciar al fondo de compensación por ataque del lobo (que ellos deben gestionar), que ponerse a trabajar de verdad. Aunque eso suponga abandonar al mundo rural a su suerte. Lo demás, cuentos para no dormir.


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